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Homilía en la solemnidad de N. S. Jesucristo Rey del Universo

Corrientes, parroquia San Benito, 22 de noviembre de 2020

Hoy, por ser el último domingo del año litúrgico, la Iglesia nos invita a dirigir nuestra atención a Jesucristo Rey del Universo, porque Él es la plenitud hacia donde se encamina toda la humanidad y la culminación de toda la creación. En Él se verán colmadas la sed y ese anhelo de felicidad, de vida lograda, aquello que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor, nos dice el Papa en su reciente encíclica sobre la fraternidad y la amistad social (Ft 55). La fiesta de hoy es como el fruto maduro, el final feliz, el triunfo definitivo del amor.

Toda la acción de ustedes, querida Acción Católica de la arquidiócesis de Corrientes, está orientada hacia esa plenitud, hacia el triunfo del amor sobre el odio y la victoria del bien sobre el mal. ¡Cómo no celebrar anticipadamente la certeza de ese triunfo! La Iglesia nos invita hoy a contemplar el maravilloso dominio del amor plenamente realizado en Jesucristo Rey del Universo. Junto a Él está la bienaventurada Virgen María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Con la Virgen y en la Iglesia, estamos nosotros hoy renovando alegres la esperanza de que esa espléndida plenitud, que ya se realizó en la Virgen, también está sucediendo en nosotros y llegará a su vértice, cuando Dios seque toda lágrima, cuando ya no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó (cf. Ap 21,4).

Esa vida nueva es un don de Dios y la recuperamos también gracias a Él, porque el amor es más fuerte que la muerte. Por más que las oscuras fuerzas del mal siembren la muerte, de esa siembra jamás podrán cosechar vida y felicidad. La fiesta de hoy nos asegura que Cristo venció la muerte, y la continúa venciendo en todos aquellos que se unen íntimamente a él y lo testimonian con sus palabras y sus acciones. Esto lo expresa la Acción Católica en el inspirado logo de la campaña a favor de las “dos vidas”: Abrazar, todas las vidas, toda la vida. Dios lo soñó así cuando nos creó y lo sigue soñando con nosotros, dándonos en su Hijo Jesús, Rey del Universo, la certeza de que cuidar la vida es lo mejor para todos. Así lo vemos en el testimonio heroico y sacrificado del personal de salud, los trabajadores esenciales y muchos voluntarios, que se juegan la vida diariamente para cuidar la vida de todos.

La Palabra de Dios es luz que ilumina la realidad que nos toca vivir: pone al descubierto aquellas fuerzas oscuras que amenazan la vida y, a la vez, confirman aquellas que la favorecen. Así lo muestra la actitud del buen pastor en la lectura del profeta Ezequías (cf. 34,11-12.15-17), preocupado por la vida de cada una de las ovejas. También S. Pablo en la Primera Carta a los Corintios (cf. 15,20-26.28) afirma que el Reino de vida que nos trajo Jesús es para todos y que las fuerzas del mal y de la muerte no tienen futuro. Y en el Evangelio de hoy (Mt 25,31-46), Jesús, mediante la parábola del juicio final, nos anuncia que la única siembra que dará frutos a su tiempo es el bien que hayamos realizado para cuidar la propia vida, la vida de nuestros semejantes especialmente la de aquellos más frágiles e indefensos. Todo lo demás será quemado como se quema lo que no sirve.

Es muy importante que hoy nos preguntemos de qué lado estamos: si a favor de la vida, de toda vida, desde su concepción y hasta su muerte natural, y qué estamos haciendo para cuidarla durante su desarrollo en la infancia y adolescencia; para promoverla en su juventud; compartirla responsablemente cuando es adulta; y enriquecernos con la sabiduría de los ancianos y ancianas, mientras transitan su etapa de culminación. O, por el contrario, nos dejamos seducir por argumentos tramposos que aparentemente la exaltan y defienden, pero que en realidad la descartan, como suele decir al papa Francisco, porque no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos— (Ft 18).

Quisiera ahora retomar el verbo “abrazar”, que asumió la Acción Católica en el logo al que hice referencia al principio. Abrazar habla de la cultura del encuentro, invita a ser solidario, recuerda que nos necesitamos unos a otros, porque nadie puede ser feliz solo. Este modo de ser lo hemos heredado de Dios, a cuya imagen fuimos creados. Ustedes ꟷdecía Juan Pablo II refiriéndose a la Acción Católicaꟷ son laicos cristianos expertos en la espléndida aventura de hacer que el Evangelio se encuentre con la vida y de mostrar cómo la “buena nueva” corresponde a los interrogantes más profundos del corazón de cada persona y es la luz más elevada y más verdadera que puede orientar a la sociedad en la construcción de la “civilización del amor”.

Por su parte, también el papa Francisco nos invita a comprometer todos nuestros esfuerzos en promover una cultura del encuentro, porque ꟷdecía élꟷ “la vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida…, porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible” (Ft 215). Nos encontramos en una irreversible encrucijada, en la que no debemos faltar con nuestro decidido compromiso de estar a favor del encuentro, con la mano siempre tendida al otro y un corazón sensible para estar cerca y ayudar donde hay dolor, lágrimas y ausencias. Somos y seremos aquello que entregamos, porque si al final de la vida nos juzgarán por lo que hicimos a los más débiles y olvidados, realidad que tendremos que demostrar con los hechos.

Que dichoso es aquel que ya desde ahora puede experimentar la promesa de Jesús: ¡Vengan benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo! Porque la bienaventuranza de Jesús empieza a cumplirse desde el momento en que abrís tu corazón, extendés tu mano y compartís lo que sos y tenés.

Que nuestra Tierna Madre de Itatí fortalezca y consuele a todos los que arriesgan su vida en la atención y el cuidado de los enfermos del COVID-19 y acompañan en el dolor a sus familias; por todos los que silenciosamente tejen lazos de amistad y encuentro en sus hogares, con los vecinos, en los barrios; por aquellos que lo hacen mediante el servicio de la función pública; por los que rezan, los que ofrecen las limitaciones de su edad y su salud; y por los que en la comunidad eclesial colaboran para afianzar la unidad, superar peleas y divisiones, y hacen crecer el entusiasmo por ser una comunidad misionera, caritativa y alegre, en la que circule el aire fresco de Espíritu Santo y reine el amor de Jesucristo Rey del Universo.

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

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