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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía para el Miércoles de Ceniza 2021

Iglesia Catedral, 17 de febrero

Conversión es la palabra clave para entrar en el tiempo de Cuaresma que iniciamos hoy. Conversión significa cambiar de rumbo y orientar la propia vida hacia Dios y hacia los demás; es decidirse a salir del círculo vicioso del propio yo y liberarse de ese contagioso egoísmo que esclaviza a la persona, la aísla y finalmente termina por destruirla. Conversión es animarse a aceptar la invitación que Jesús hizo a sus discípulos «Miren, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18), y que el papa Francisco eligió como lema para el mensaje de esta Cuaresma.  Recordemos que para Jesús “subir a Jerusalén” era dirigirse al lugar donde lo condenaron a muerte, maltrataron, azotaron y crucificaron. Por eso la advertencia que les hace a sus discípulos: «Miren…», es decir, estén atentos, se vienen horas muy difíciles…

Al inicio de esta Cuaresma, Jesús nos invita a subir con él, a prepararnos con él para celebrar la Pascua. Pero, miren, nos recuerda hoy a nosotros como lo hizo en su momento con sus discípulos, el camino es exigente porque es necesario morir a una vida centrada en nosotros mismos y orientarla hacia Dios y hacia los hermanos. Elegir acompañarlo en esa subida es creer que el amor es más fuerte que el odio, la venganza, el resentimiento y la indiferencia; que ser fraterno no excluye absolutamente a nadie y por ningún motivo; que el camino de la verdadera justicia empieza desde el perdón y la misericordia e incluye la reparación. Por eso, conversión es mucho más que un pequeño retoque sobre algún sentimiento malo o alguna conducta impropia que debo corregir. Se trata de darle una dirección evangélica a la integralidad de la propia vida.

Hay un profundo deseo en el ser humano de que las cosas mejoren y podamos vivir más seguros y plenos esta vida. Si somos sinceros con nosotros mismos, en el fondo sentimos una profunda necesidad de cambio, no nos sentiríamos bien con permanecer simplemente en el estado en el que estamos. Lo peor que le puede suceder a una persona es decidir por una vida mediocre. Sin embargo, ¡cuánto nos cuesta cambiar! Dios los sabe y no es indiferente a la lucha que tenemos con nosotros mismos. Nos invita a “subir con él” para renovar nuestra fe, esperanza y caridad, que es, por otra parte, el tema que trata el Santo Padre en su mensaje cuaresmal.  Por eso, al recibir la ceniza en la frente y escuchar las palabras que invitan a la conversión, pidamos que la gracia nos disponga dócilmente a realizar ese camino de subida con Jesús, sabiendo que él camina con nosotros y nos sostiene con la fuerza de su Espíritu. 

El profeta Joel, a quien escuchamos en la primera lectura, exhorta al pueblo de Israel a cambiar de vida y encaminarla hacia Dios: “Ahora dice el Señor: Vuelvan a mí de todo corazón” (cf. Joel 2,12-18). Como podemos observar, se trata de volver a Dios y ponerlo en el centro de la propia vida, para que sea Él quien la gobierne. Pero se trata de volver a Él “de todo corazón”, lo que quiere decir, con todo lo que constituye nuestra vida: pensamientos, sentimientos, actitudes; temores y limitaciones que nos impuso la pandemia; los vínculos familiares y relaciones sociales; las responsabilidades de trabajo y el modo de ocupar el tiempo libre. Es decir, la conversión es enderezarlo todo hacia Dios, porque en Él encontramos el verdadero sentido y dirección de la vida, y la alegría y la gratitud de poder vivirla.

Pero hay que estar atento a no maquillar la conversión con algunas acciones externas que nos dejen tranquilos. Jesús en el Evangelio de hoy nos previene de algunos peligros en los que podemos caer fácilmente. El que nos tienta, el maligno, sabe muy bien que el peor enemigo que tenemos somos nosotros mismos, por eso nos ofrece algunas satisfacciones para disfrazar los peligros. Por ejemplo, ese extraño placer de buscar que los demás nos miren y nos feliciten. “Tengan cuidado –dijo Jesús a sus discípulos– de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”; o también: “Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha”; o refiriéndose a la oración advierte que no lo hagan como los hipócritas que les gusta que los vean (cf. Mt 6,1-6.16-18). Jesús nos hace caer en la cuenta de que convertirse es salir del centro para dejar que ese lugar lo ocupe Dios, recordando que hacia él accedemos por el camino del amor al prójimo, de ese amor paciente y perseverante hacia nuestros hermanos.

San Pablo, en la carta a los cristianos de Corinto (cf. 2Cor 5,20–6,2), insiste en la conversión, pero añade un dato muy importante cuando dice: “Déjense reconciliar con Dios”. No dice “reconcíliense con Dios”, como si fuera un logro personal, una conquista producto del propio esfuerzo. “Déjense” apela más bien a no ofrecer resistencia; a suplicar que Dios actúe porque por nosotros mismos no podemos; y a ponernos de rodillas y pedir humildemente la gracia de la conversión. Dios se rinde ante la humildad haciéndose ver y sentir con la potencia transformadora de su gracia. Además, en la carta el Apóstol añade otro dato que hace referencia a la acción de Dios en la historia e invita a confiar en Él: “En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí”, y fundamentado en esa memoria salvífica, añade: “Este es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación”.

El tiempo favorable es hoy, no mañana ni pasado. Blas Pascal era un pensador cristiano, matemático, físico, teólogo y filósofo, que vivió en el siglo XVII en Francia, y murió con apenas 39 años. Nos puede servir esta reflexión suya: “Examine cada cual sus pensamientos y los encontrará completamente ocupados en el pasado o en el futuro. Apenas si pensamos en el presente y si lo hacemos es sólo para disponer el futuro. El presente jamás es nuestro fin. De este modo, no vivimos nunca, sino que siempre estamos esperando vivir; y preparándonos para ser felices mañana, inevitablemente no lo somos nunca”. Entonces, al iniciar la Cuaresma, no dilatemos nuestra conversión, volvamos a Dios de todo corazón, porque “este es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación”.

Antes de presentar nuestra ofrenda en el altar, nos vamos a acercar para recibir ceniza en nuestra cabeza, reconociendo humildemente que necesitamos convertirnos. Ese signo debe ir acompañado de más tiempo dedicado a la oración y a lectura de la Palabra de Dios; de recurrir al sacramento de la reconciliación; de ayunar de cosas inútiles y gustos superficiales como hablar de más y de los demás, o de estar apegados al celular y a otras adicciones; y de ser más generosos con nuestro tiempo, talentos y dinero para socorrer a los hermanos y hermanas necesitados. Así respondemos al llamado de conversión que nos hace Jesús, mediante la limosna, la oración y el ayuno, que caracterizan al cristiano en este tiempo santo de la Cuaresma, y nos preparan para celebrar con gozo el misterio pascual.

Que, por la intercesión de Santa María y de San José, vivamos intensamente esta Cuaresma y seamos así un estímulo misionero para que también otros escuchen el llamado de volver a Dios de todo corazón. Así sea.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

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