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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía con ocasión de los 90 años de la construcción del templo Jesús Nazareno

Corrientes, 11 de junio de 2022

Nos hemos reunido alrededor del Altar del Señor para dar gracias a Dios por los 90 años de la construcción del templo Jesús Nazareno. Ese título nos señala que el centro de este templo es Jesús, para que nosotros en Él, vayamos siendo incorporados en la edificación, hasta llegar a ser morada de Dios por el Espíritu (cf. Ef. 2,19-22). Por eso, nosotros, Iglesia viva, con Jesús damos gracias al Padre por el don de este templo.

El paso del tiempo, que nos brinda el aniversario, nos ofrece la ocasión para mirar hacia atrás y agradecer; para mirar hacia adelante y renovar nuestra esperanza; y para discernir el presente, recreando lo esencial que hemos recibido. Entonces, celebrar nos abre sabiamente a la novedad que trae la propia dinámica de la vida, y nos invita a continuar comprometiendo las manos y el corazón en la construcción del templo que formamos los bautizados, Cuerpo de Cristo, Familia de Dios, Pueblo santo que peregrina hacia el encuentro definitivo con Dios Padre.

El nombre de este templo nos recuerda la obra maravillosa que Dios ha obrado en su Hijo Jesucristo. Él es la “primicia de las obras de Dios”, la sabiduría de Dios, cuya “delicia era estar con el género humano”, como lo acabamos de escuchar en la lectura del Libro de los Proverbios (cf. Prov. 8,22-31). En este templo venimos celebrando a Jesús Nazareno a lo largo de las nueve décadas pasadas; con Él fuimos descubriendo que Dios Padre nos ama; en Él hemos sido fortalecidos para caminar juntos en la propia familia, en la comunidad eclesial, y en la convivencia social. El templo se ha convertido así en una hermosa escuela de sabiduría para la vida.

También es providencial que este aniversario ocurra en la solemnidad de la Santísima Trinidad, que celebra hoy toda la Iglesia. Dios, en quien creemos, no es alguien solitario y ajeno a nuestra condición humana. Él es esencialmente comunión, participación y misión: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nosotros somos creación salida de sus manos. en la que se refleja nuestra condición relacional. Por eso, hoy la Iglesia nos invita a que pensemos y profundicemos en esa nota esencial que nos distingue como bautizados: somos hijos y hermanos, discípulos todos llamados a caminar juntos para anunciar la Buena Noticia de Jesús para el bien de todos.

Jesucristo nos reveló que la Santísima Trinidad es un misterio de Amor. En Él se trasluce aquella realidad amorosa que reina en el interior de Dios. Bien podríamos decir que el Dios en quien creemos es un Dios sinodal y nosotros, creaturas suyas, estamos llamados a ser sinodales, es decir, con vocación “trinitaria”. Esa vocación necesariamente debe expresarse en la progresiva capacidad para caminar juntos todos. En el documento preparatorio del próximo Sínodo leemos que “Ese estilo se realiza a través de la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión”.

Este templo está representado primordialmente en el templo vivo varón-mujer, unidos por un pacto de amor y abiertos a la vida y a la misión. “En la familia, “que se podría llamar iglesia doméstica” (Lumen gentium, 11), madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad. “Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1657)» (Amoris laetitia, 86).

La base sólida para construir la comunidad eclesial y la convivencia social es la familia. “Ella constituye el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro” (Fratelli tutti, 114). Para ello es necesaria mucha paciencia, tolerancia y comprensión, virtudes que contemplamos en Jesús Nazareno, con quien aprendemos que “el sufrimiento produce perseverancia, la perseverancia virtud probada, y la virtud probada, esperanza”, tal como lo enseña San Pablo en la Carta a los Romanos (cf. 5,1-5).

Renovemos gozosos en el Espíritu Santo nuestra fe, esperanza y caridad, agradecidos por el don de este templo. Recordemos piadosamente a los que ayudaron a su construcción material: nuestros padres y abuelos. Y, sobre todo, por aquellos que a lo largo de estos años sirvieron generosamente en la edificación espiritual del templo vivo, como lo fueron tantos catequistas, padres jesuitas y colaboradores en los ejercicios espirituales, animadores de la liturgia y servidores de los pobres y abandonados. Con todos ellos decimos hoy nosotros de nuevo sí al compromiso de continuar siendo fieles al llamado de caminar juntos como discípulos misioneros de Jesús Nazareno. Que así sea.

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 22-06-11 Homilía de los 90º años de Jesús Nazareno, en formato de Word.