PRENSA > NOTICIAS
Corrientes, 24 de septiembre de 2023
Hoy concluimos la novena en honor a la Santísima Virgen María, a quien invocamos con el dulce título de Nuestra Señora de la Merced, patrona de nuestra ciudad y de sus alrededores, y a quien “Corrientes, la invicta postrada, con la Patria querida a sus pies, quiere renovar la solemne promesa jurada”, como le canta su pueblo a lo largo de los siglos. También nosotros estamos aquí para jurarla de nuevo, pueblo y autoridades, y pedirle “humildad para escuchar” como lo hemos expresado en el lema de esta novena y fiesta patronal.
Como recordábamos en otras ocasiones, “merced” quiere decir misericordia, perdón, gracia, es decir algo que se recibe gratuitamente, algo que no se merece, que no se consigue a cambio de otra cosa, un obsequio inesperado que sorprende, inquieta y desinstala. Esa “merced” es Jesús en la Cruz perdonando, reconciliando y profundizando lazos de amistad, como lo hemos escuchado en el breve, pero impresionante texto del Evangelio (cf. Jn 19,25-27). Pero cuidado, si no entramos por el camino de la “merced” vamos a terminar mal, como nos advierte San Pablo en la segunda lectura de hoy: “Pero si se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, porque terminarán destruyéndose mutuamente” (cf. Gal 5,15). A la “merced” que nos ofrece la Madre de Dios, respondamos “Amén”, con el mismo entusiasmo que lo hizo el pueblo de Israel cuando festejó la libertad alcanzada por mano de Judit, tan valiente como totalmente confiada en Dios (cf. Jt 15, 8-10; 16,13-14).
Hace exactamente doce años, y un día como hoy, hemos colocado el bastón de mando en nuestra imagen de la Merced. Entonces decíamos que: “Restituir el bastón de mando en las manos de Nuestra Señora de la Merced, es declararla conductora de un pueblo que busca su libertad, y reconocerla como maestra que nos enseña a conciliar el amor a Dios y a la Patria, a ejercer el poder como servicio, y a brindarse por entero a la construcción de una patria para todos. En eso consiste el bastón que tiene en sus manos.
La lógica de ese bastón no es la guerra, sino la paz; no es la conquista, sino la fraternidad, que se construyen en el espíritu de la “merced”, de darse gratuitamente, de ofrecerse en sacrificio para que el otro viva. Esta es la “irracionalidad” del amor cristiano: a la irracionalidad de la violencia, se propone la irracionalidad de amor. Esta la “merced” que la Virgen ofrece con sus brazos extendidos y sus manos abiertas. Abramos nuestros corazones y recibamos agradecidos esa “merced”, porque en ella está todo el potencial que necesitamos para reconstruir nuestros vínculos en la familia, promover la amistad social y un sentido más profundo de fraternidad entre todos. Porque no hay convivencia humana que pueda perdurar, sino está fundada en el amor oblativo, en la entrega desinteresada, en el riesgo de comprometer la propia vida en favor de otros.
La “merced” se convierte así en mandato. En un mandato de amor ante Aquella que nos brinda con sus manos abiertas el amor de su Hijo, entregado hasta el extremo en la Cruz. El mejor regalo que puede dejar una madre a sus hijos es esa “merced” que los inspire y fortalezca para que caminen juntos, para que se sientan dichosos de ser un pueblo de hijos y de hermanos. Nuestros antepasados reiteraron su fidelidad a ese mandato, porque sabían que la vida es una “merced” de Dios, y no una propiedad de la cual disponer arbitrariamente. Olvidarla, es desconocerse a sí mismo y negarse a cualquier intercambio con el otro, salvo con aquellos que perdieron la memoria. No se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa, nos recuerda el papa Francisco (Ft, 249).
Recrear hoy el mandato del amor, que nos deja el mensaje de la advocación de Nuestra Señora, es estar dispuesto a respetar la propia dignidad y la de los otros, la de todos sin excepción; es estar resuelto a escuchar con paciencia, mucha paciencia, a todos; ser tolerante y firme a la vez con aquellos, que entienden la convivencia social como una resultante necesaria de conflictos y no de acuerdos; y tener la convicción sólida de que todos tenemos algo que aportar, para que nuestro caminar juntos sea más humano, más fraterno y más solidario.
Por eso, mientras contemplamos a la Madre de Dios y Señora de La Merced, nos sentimos profundamente agradecidos porque con sus brazos extendidos y sus manos abiertas, nos entrega la “merced” como mandato de convertirnos diariamente en obsequio para nuestros hermanos y hermanas, en nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo, y en los servicios que prestamos en las diversas áreas de nuestra convivencia ciudadana, suplicando que nos abra más el corazón y nos enseñe a tratarnos unos a otros con el amor y la paciencia, que distingue a todo aquel que se considere una persona de bien, justa, fraterna y solidaria con todos. Amén.
†Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes