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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía para el Jueves Santo de la Cena del Señor

Corrientes, 6 de abril de 2023

Hoy iniciamos la celebración del Triduo Pascual: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria. Para comprender la esencia del misterio pascual que celebramos, es necesario contemplar esos tres días de conjunto como la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La liturgia nos propone desdoblar ese acontecimiento para comprenderlo mejor, profundizarlo más, y vivirlo más intensamente. Hoy, en el “esto es mi cuerpo” y “esta es mi sangre”, debemos mirar, además de la Cena del Señor, también el Viernes Santo y el Sábado de Gloria. Contemplar implicándonos, sintiendo que allí está diseñado el itinerario de nuestra vocación cristiana: llamados a vivir en modo pascual nuestra existencia, dispuestos siempre a morir con Cristo para resucitar con Él.

Jesús sube a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Allí se reúne con sus discípulos alrededor de una mesa. En la memoria de cada uno de ellos estaban los acontecimientos que nosotros escuchamos en la lectura del libro del Éxodo, donde el piadoso israelita evocaba la acción liberadora de Dios a favor de su pueblo elegido. Para ellos, la extraordinaria acción de Dios consistió en hacer pasar a su pueblo de la tierra en la que eran esclavos a una tierra de libertad. Era una memoria agradecida y celebrada, en la que renovaban la fidelidad al Dios que los ha liberado. El cordero pascual era el símbolo de esa alianza que compartían en una comida ritual, como lo prescribía la Ley de Moisés.

También Jesús, con sus discípulos, se reúne para celebrar la Pascua. Pero en esa cena ocurre algo inédito: ya no es cordero sacrificado que recordaba la antigua alianza, sino que Él mismo se ofrece como cordero inmaculado para liberar a todos los hombres del abismo en el que los precipitó el pecado. ¿En qué consiste ese abismo? Consiste en el alejamiento de Dios y, como consecuencia, sobreviene la división y el enfrentamiento de unos contra otros. Cuando el ser humano se aleja de Dios, inevitablemente cae en la soberbia de creer que puede construir su propia vida al margen de Él y ser feliz sin necesidad de que otros intervengan para lograrlo. En ello debemos buscar el origen de esa incapacidad de entendernos, de dialogar, de ser fraternos y solidarios, y preferir, en cambio, la irracionalidad del egoísmo que se enmascara en sus diversas y perversas versiones.

Sin embargo, Dios, a pesar de la obstinación que distingue a los seres humanos de pretender vivir sin Él, Dios no se olvida de su creatura. Luego de acompañar a su pueblo elegido, enseñándole con paciencia el camino que lleva a la vida y a la libertad, se sienta a la mesa y allí anuncia cuál es la vía segura para el encuentro con Él, con los otros y de éstos entre ellos. En la segunda lectura escuchamos esa parte de la cena pascual cuando Jesús parte el pan diciendo “esto es mi cuerpo” y toma la copa diciendo “esta es mi sangre”. Por su parte, el Evangelio de San Juan nos relata lo que sucedió inmediatamente después y que conocemos como el “lavatorio de los pies”. Ese gesto de Jesús dejó atónitos a sus comensales. Con ese ejemplo y con mucha paciencia les enseña que ese es el camino para superar el abismo del pecado y crear puentes para el encuentro y la amistad con Dios y con los hermanos.

“Después de lavarles los pies –escuchamos en el Evangelio– Jesús se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: ¿Entienden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman “Maestro” y “Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Le he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,12-15). De esta manera, Jesús nos revela cómo es Dios por dentro, qué siente, qué piensa y cómo actúa. Su poder omnipotente se manifiesta en el servicio hasta el extremo de la humillación. Contra esa fuerza no hay nada ni nadie que pueda resistirla. Y nosotros, que fuimos creados a esa imagen y semejanza, encontraremos nuestro lugar y cumpliremos con nuestra vocación en la medida que cumplamos con ese mandato de Jesús.

No nos desanimemos. No combatimos solos en esta lucha desigual con el mal que tiende a apoderarse de uno mismo y de nuestra vida social. Con nosotros está Jesús que ha vencido la muerte y el mal, y nos acompaña, sostiene y regenera con su gracia. Preguntémonos quiénes son y donde están aquellos a quienes debo ir y “lavarle los pies”, tal vez pidiéndoles perdón, o compartiendo con ellos acortando distancias y tratándolos con paciencia, en fin, tal vez con un momento de silencio que hagamos descubramos dónde están y quiénes son.

Esto nos obliga a esforzarnos diariamente en ser más fraternos y dispuestos a servir a los demás y, al mismo tiempo, a ser ciudadanos más solidarios y responsables en nuestro trabajo, estudio, profesión, y en todo lo que atañe al servicio del bien común de la sociedad.

Pidamos a María, discípula y servidora fiel del Señor, que ella nos acerque más a su Hijo, abra nuestro corazón a su mensaje de amor, para que renovados por el encuentro con él y, siguiendo su ejemplo, estemos siempre dispuestos a servir a los demás hasta el fin. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 23-04-06 Homilía Jueves Santo, en formato de Word.


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