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MONS. ANDRES STANOVNIK

Viernes Santo: Homilía en la Liturgia de la Pasión del Señor

Corrientes, 7 de abril de 2023

En el camino del Triduo Pascual, estamos celebrando el Oficio de la Pasión del Señor. Al finalizar la proclamación del relato de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, el evangelista San Juan detalla la sepultura de Jesús y añade el detalle que el sepulcro donde depositaron a Jesús estaba en un huerto. Recordemos que también en un huerto fue colocada la primera pareja humana varón y mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, llamados a vivir como Él, su Creador, para cuidar juntos el jardín de la creación, que Dios había confiado en sus manos. Sin embargo, Adán y Eva convirtieron ese jardín en una tumba, al pretender adueñarse de él y administrarlo por su cuenta, dando así la espalda a su Creador. Ambos, tentados por la soberbia y la ambición, sepultaron el proyecto creador de Dios.

Ese fatal desliz atraviesa la historia individual y colectiva del ser humano a lo largo de la historia. Las terribles consecuencias de sufrimiento y destrucción que provocamos los humanos son patentes. Con todo, contemplando al crucificado que subió a la cruz voluntariamente y por amor a todos, aun hacia aquellos que lo torturaron y mataron, la muerte no tiene la última palabra. La última palabra la tiene el amor que vence el pecado, la muerte y el mal, gracias a que Dios Padre y Creador, en la persona de su Hijo, asumió amorosamente en sí mismo las tremendas consecuencias de la conducta soberbia de la primera pareja humana, convierte la tumba en vida nueva. Así como podemos identificar tremendas señales de sufrimiento y destrucción, afortunadamente, también podemos reconocer numerosos signos de vida, de amor y de esperanza que surgen invulnerables del poder de Cristo Salvador.

Desde entonces, hay esperanza de un mundo nuevo, a pesar de tantas señales de muerte que indicarían lo contrario. Contemplar a Jesús crucificado y muerto es abrir la mente y el corazón al misterio de la vida que brota del amor entregado y fiel hasta el final. Por eso, el sepulcro, a los tres días, se convierte en tumba vacía, porque Cristo ha resucitado y vive para siempre. Y Él mismo nos asegura que el que cree en Él no morirá jamás. Por eso el papa Francisco, al final de su primera carta, exclama “¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! (…) No hay nada mejor para transmitir a los demás” (264).

Definitivamente, la muerte y con ella todo el dolor moral y el sufrimiento físico que la anticipan, no tiene la última palabra. La última palabra la tiene Dios, que resucitó a Jesús y ahora está sentado a la derecha del Padre. Abrazar al Crucificado es aprender de él que la cruz asumida y ofrecida se convierte en una poderosísima fuente de vida, de libertad y de amor. Por eso, la cruz de Jesús es nuestra esperanza. Esperanza que se transforma para el creyente en misión con el mismo poder sanador que tiene Jesucristo muerto y resucitado. Con ese poder transformador estamos llamados a salir juntos para que los crucificados con los que nos encontramos a diario experimenten el abrazo salvador de Jesús.

Este oficio de la Pasión del Señor que celebramos hoy concluye en completo silencio. Luego de la comunión eucarística, se reserva el Santísimo fuera del templo, se despoja el altar de su ornamentación, y el templo permanece deshabitado y expectante hasta la Vigilia Pascual. Durante estas horas de piadosa quietud y silencio fecundo, nos acompaña la Madre dolorosa de Jesús y Madre nuestra, que nos anima a estar de pie junto a la Cruz, y pedirle que nos enseñe a ser discípulos fieles de su Hijo y fervorosos misioneros de su amor sin medida.

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 23-04-07 Homilía Viernes Santo, en formato de Word.


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