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MONSEÑOR STANOVNIK

Homilía en el tedeum de los 250 años de la creación del curato de San Roque

Corrientes, San Roque, 11 de octubre de 2023

Hoy damos gracias a Dios por los 250 años de la creación del curato de San Roque. Profundamente agradecidos, también suplicamos la sabiduría para administrar bien el patrimonio espiritual, cultural y material que hemos recibido de las generaciones que nos precedieron. Ser agradecidos es reconocer que la vida es un don de Dios y no una mera construcción individual o colectiva. “Y sean agradecidos”, exhorta San Pablo (cf. Col 15), luego de recordar los innumerables beneficios que hemos recibido de Dios. Por eso es justo que hagamos, aunque sea una breve memoria de los inicios del Pueblo de San Roque.

Hacia fines del año 1773 se construye una capilla en el Paso de San Blas del río Santa Lucía, en un poblado de españoles y naturales que habitaban el margen izquierdo de dicho río desde hacía unos treinta años. Al principio esa comunidad no contaba con un sacerdote, era atendida por delegados que venían de la ciudad de Corrientes. Muy pronto, en el año 1782, esa capilla queda constituida en parroquia, cuyo primer párroco dio un fuerte impulso a la fundación de este pueblo, haciendo el trazado de la plaza –actual plaza Libertad– y reparto de tierras alrededor del templo. Luego, esa primitiva capilla fue reemplazada por la que hoy es monumento histórico nacional. De aquel humilde comienzo, que abarcaba grandes extensiones geográficas, fueron surgiendo muchos poblados y capillas con el generoso esfuerzo de los evangelizadores.

Una comunidad no crece por generación espontánea, sino porque sus miembros poseen valores que les otorgan una visión común, que hacen posible una convivencia respetuosa y pacífica. Los primeros pobladores conocieron el Evangelio sobre el mandamiento principal del amor, que nosotros hemos proclamado hoy. En efecto, un entendido en las leyes de Dios le preguntó a Jesús sobre el mandamiento principal. Jesús resume unos dos mil años de práctica religiosa judía en dos mandamientos: el primero, amar a Dios; y el segundo: amar al prójimo como a sí mismo. Y concluye diciendo: No existe otro mandamiento mayor que éstos (cf. Mc 12,28-31). Esta es la preciosa herencia que nos dejaron las generaciones que nos precedieron. El tesoro espiritual que se hizo cultura a lo largo de estos siglos, con sus luces y sus sombras. De nosotros dependemos de que las transmitamos con más luces y menos sombras.

Luego, San Pablo, reflexionando sobre el mandamiento del amor, saca unas consecuencias muy importantes para poder convivir, progresar y ser felices como Dios quiso al darnos la vida. Él lo expresa así: revístanse de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente, si alguno tiene queja contra el otro. Para fundamentar lo que acaba de decir, el Apóstol explica: así como el Señor los perdonó a ustedes, perdónense también entre ustedes. Y para concluir, nos deja el mismo mensaje de Jesús con estas palabras: Y por encima de todo, revístanse del amor que, es el vínculo de la perfección (cf. Col 3,12-15).

Las generaciones que nos precedieron sobrevivieron porque entre ellos prevaleció el amor y el cuidado de los más frágiles, como son los niños, los ancianos y los pobres. Sabemos que no lo han realizado a la perfección, pero, a pesar de sus errores y limitaciones, jamás han renunciado a los valores de su fe cristiana y católica. Por eso pudimos sobrevivir y dejarnos un legado que hace a nuestra identidad y vocación. Seamos conscientes de que somos lo que hemos recibido y responsables para recrear, a partir de lo que recibimos, aquello que estamos llamados a ser. La clave para comprendernos, el eje para permanecer en lo que somos, y el vuelo para emprender lo que debemos ser, es Jesucristo, el mismo que transformó la vida de San Roque, nuestro santo patrono, e iluminó la peregrinación terrestre de nuestros mayores.

Somos nosotros los que tenemos que preguntarnos hoy cómo nos tratamos entre nosotros, cómo cuidamos a nuestros niños, qué lugar le damos a nuestros adolescentes y jóvenes, cuál es la atención que les brindamos a nuestros ancianos y enfermos, y qué hacemos con los pobres y con aquellos a quienes nadie quiere. Y una pregunta que ya no podemos obviar, si queremos dejar un lugar habitable a nuestros hijos, es por la casa común y preguntarnos cuáles son los nuevos hábitos que hemos adquirido para cuidar este hermoso lugar que habitamos. El mandato del amor a Dios y al prójimo se tiene que notar también en el modo en que tratamos nuestra casa común. El papa Francisco insiste sobre este tema con la nueva exhortación apostólica Laudate Deum .

Recreando la memoria de nuestros antepasados, pongamos también nosotros a Dios en el centro de nuestra vida personal y social, porque “Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor”, repetimos en el Salmo responsorial (33,12-22). Dejémonos iluminar por el ejemplo de los dos santos que acompañaron los orígenes de nuestro pueblo: San Blas y San Roque, hombres de un profundo amor a Dios y, al mismo tiempo, atentos y serviciales con los enfermos y los pobres. Que ellos nos libren de todos los varones, especialmente de los obstáculos que nos impiden el encuentro y la amistad social, y que por su intercesión nos alcancen de Dios los dones de la paz, de la justicia y de la fraternidad. Amén.

Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


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