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MONSEÑOR STANOVNIK

Misa de la Vigilia de Navidad - Homilía

Corrientes, 24 de diciembre de 2023

Este año se celebran 800 años del primer pesebre que realizó San Francisco de Asís para la noche buena del año 1223 en una gruta cerca del pueblo de Greccio. Si bien la Iglesia celebra el misterio del nacimiento de Jesús desde hace más de dos mil años, este gran santo, enamorado de ese prodigioso acontecimiento, quiso verlo y sentirlo representado tal como él se lo imaginaba que podría haber sido en la realidad. Así tenemos hoy los pesebres en todo el mundo cristiano.

El pesebre es memoria, presente y promesa. Es memoria, porque Dios se hizo hombre de verdad en el momento histórico que Él, en su divina providencia, eligió para venir hasta nosotros. Es presente, porque hoy continúa viniendo con las mismas y fundamentales características que lo identificaron en su vida terrena: en su palabra que convoca al encuentro con Él; en el Pan de Vida que alimenta esa comunión, y en el pobre y humilde que es el agente y destinatario de la misión. Y es promesa, porque su presencia llegará a su plenitud en la segunda y definitiva venida, la que esperamos con ansias en aquella hermosa invocación: ¡Ven Señor Jesús!

 Nos hace mucho bien la representación visual del pesebre en sus múltiples formas, desde los más simples y humildes, hasta los más artísticos, vivos y creativos. Sin embargo, lo más importante es que todo ello nos mueva interiormente al encuentro con el Dios Vivo que en Jesús Resucitado moviliza todo lo que es verdadero, bueno y bello de nuestra vida. Poco y nada valdrían las representaciones del Misterio de la Encarnación si se redujeran solo a folclore y tradición. Pero vayamos ahora a la Palabra de Dios que hemos proclamado, porque ella nos habla hoy de la primera venida como promesa cumplida, nos exhorta a disponer nuestra vida para la venida actual de Jesús, y nos mueve a la esperanza de su gloriosa venida al final de los tiempos.

Ya en el Antiguo Testamento el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz, porque la presencia de Dios ilumina y es claridad que da seguridad para el camino. El corazón de ese pueblo, por consiguiente, se llena de alegría. Así vemos como en un solo párrafo de la primera lectura la alegría aparece nombrada cinco veces: Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo, ellos se regocijan en tu presencia, como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría en el reparto del botín (cf. Is 62, 1-6). Dios es luz, es alegría y eso trae vida, paz y esperanza.

También en el Nuevo Testamento (cf. Lc 2, 1-14) el nacimiento de Jesús es causa de alegría y de paz, como lo hemos escuchado en la lectura del Evangelio. El Ángel les dijo: no teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo, hoy les ha nacido un salvador. El que experimenta esa alegría no la cambia ni busca otra. Esa alegría no tiene nada que ver con la fiesta maquillada, que tiene tanto ruido exterior como vacío interior. Aquí estamos hablando de esa alegría honda que no viene de nosotros mismos, sino que es don del Niño que nos ha nacido y al cual se le dará por nombre Príncipe de la paz, como lo oímos en el Evangelio de hoy.

Cuando experimentamos esa paz y esa alegría, sentimos que el corazón se desborda en intensos deseos de compartirlo con otros. En eso consiste la misión cristiana, en llevar a otros y compartir con ellos el gozoso anuncio de la Buena Noticia de Jesús. La Buena Nueva crea encuentro, lazos de amistad, de reconciliación y de perdón. El Espíritu Santo continúa dando a luz a Jesús en los corazones creyentes para conducirlos a la verdad en la justicia, la libertad y el amor. Cómo no dejar que el Espíritu exclame en nosotros como aquella noche en Belén: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él (Lc 2, 14).

Tengamos presente las palabras que le dirige San Pablo a Tito (cf. 3, 4-7), enseñándole a vivir como cristiano: Tenemos que rechazar la impiedad y los deseos mundanos, vivir la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz (alegría) esperanza de la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Dejemos, entonces, queridos hermanos y hermanas, que la presencia viva de Jesús nos ilumine y transforme. Pidamos esa gracia para nuestras familias y comunidades, para nuestro pueblo y, sobre todo, para los que tienen la misión de velar por el bien común. Preguntémonos cómo, dónde y con quién podemos ser más fraternos y solidarios; animémonos a ofrecer un gesto de perdón a quien nos haya ofendido y seamos humildes también en recibirlo de otros. Entonces experimentaremos que la alegría navideña es hoy memoria agradecida y promesa cumpliéndose.

Que la Virgen Madre y su Esposo San José nos muestren al Niño Dios, nos acompañen a su encuentro, y nos enseñen a compartirlo con todos. Les deseo a todos una santa y muy feliz Navidad. Que así sea.

 

NOTA: A la derecha en Archivos, el texto como 23-12-24 Homilía de la Vigilia de Navidad, en formato de Word.


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