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MONSEÑOR STANOVNIK

Homilía para la Misa Crismal - Año de la Oración

Corrientes, 27 de marzo de 2024

Como lo hacemos año tras año, el miércoles de la Semana Santa y en vísperas del Triduo Pascual, celebramos la Misa Crismal. Es un momento en el que se reúne el obispo con su presbiterio, acompañado de los diáconos y todo el pueblo de Dios, para bendecir los óleos y consagrar el crisma, que luego serán utilizados para los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden Sagrado, y para ungir a los enfermos. En este encuentro anual, y ya comenzada la Semana Santa con el Domingo de Ramos, también renovamos nuestras promesas sacerdotales, comprometiéndonos a llevar una vida santa conforme a la vocación y misión que tenemos en la comunidad cristiana.

Impacta la presencia de Jesús en la sinagoga de su pueblo natal. Dice el texto del Evangelio que Jesús se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y leyó el mismo texto que nosotros proclamamos en la primera lectura. Escuchemos de nuevo el comienzo de ese texto, pero ahora pronunciado por Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido”. La acción de ungir es propia del Espíritu Santo, él es el que unge y el que fortalece para la misión. ¿En qué consiste esa misión? El mismo Jesús se encarga de aclarar la finalidad para la cual fue ungido por el Espíritu del Señor: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor”. El Espíritu unge levantando, restaurando y enderezando a la humanidad caída, dañada y desorientada.

Jesús, el Ungido por el Padre, llevó a plenitud esa unción por el camino de la pasión, muerte y resurrección. En Él hay esperanza de vida para todos, sobre todo para los que más padecen y están disminuidos en su dignidad; para los que viven en la calle y de la calle; para los jóvenes presos de las adicciones; para los que no ven nada más allá del placer inmediato; para los que viven insensibles a las necesidades de su entorno, para nombrar solo algunas de las heridas que supuran en nuestra sociedad y de las que tampoco estamos libres en nuestras comunidades.

Jesús concluye la lectura del profeta afirmando que fue ungido para “proclamar un año de gracia del Señor”. Fue un anuncio inaudito para la asamblea que lo escuchaba en la sinagoga. No lo podían creer. En Jesús se estaba cumpliendo la promesa de que se inauguraba definitivamente un tiempo de gracia, es decir, un tiempo nuevo, un tiempo soñado desde Abraham al que Dios le había prometido vida en abundancia. Un tiempo de esperanza, de salida hacia algo distinto, de vida nueva, de respuesta a ese anhelo de felicidad infinita que Dios mismo sembró en nuestros corazones. Sí, ese año de gracia, ya está en curso, porque “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír”, proclamó Jesús luego de entregar el rollo al ayudante de la ceremonia.

Podríamos preguntarnos cuáles son las señales de ese año de gracia que se está cumpliendo y cuáles son los obstáculos o retrocesos con los que tropezamos para impedir o retardar su cumplimiento. Es una buena pregunta para compartir en nuestras comunidades, instituciones, movimientos y grupos. La recomiendo a los párrocos y a los asesores de las diversas áreas pastorales.

Antes de concluir, deseo dirigir una palabra de gratitud y de aliento a los sacerdotes y a todos los que estrechamente colaboran con ellos. En unos instantes más, renovaremos nuestras promesas sacerdotales, aquellas que hemos expresado públicamente en nuestra ordenación sacerdotal. Nuestra vida y ministerio está en función de hacer realidad el tiempo de gracia que inauguró y lleva a cabo indefectiblemente Jesucristo resucitado y vivo entre nosotros. Nos ordenaron para confesar y para celebrar Misa, dos servicios esenciales del año de gracia del Señor, con los cuales ayudamos a levantar, enderezar, devolver vida y esperanza, y fortalecer a los débiles.

La misión del sacerdote, ungido del Señor, es entonces acompañar a los bautizados, desde su servicio específico, a ser corresponsables en continuar construyendo la comunión, participación y misión en sus propias comunidades, tal como nos insiste el papa Francisco. Debemos estar muy atentos para no dejarnos arrastrar por el síndrome del animal de madriguera, que solo sale para satisfacer sus propios intereses y regresa para disfrutar de lo que arrebata a otros. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor, Él nos abre horizontes, nos muestra el camino, nos fortalece para perseverar y nos consuela en las dificultades. No olvidemos de dedicar diariamente un buen tiempo para estar con el Señor, Él nos libra de la tentación de ser “hombres de madriguera” para hacernos hombres de puertas abiertas a todos.

Que nuestra Tierna Madre de Itatí nos cuide a todos, nos conduzca de la mano al encuentro de su Divino Hijo Jesús, nos enseñe a caminar juntos todos y aprender a escucharnos unos a otros, discernir juntos lo que Dios quiere hoy de cada uno y de nuestras comunidades, y renovar el impulso misionero para que el tiempo de gracia, que ya se puso en marcha con Jesucristo, que murió pero que ahora está vivo y presente entre nosotros, alcance a todos y llegue pronto a su plenitud. Amén.

 

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, texto como 24-03-27 Homilía para la Misa Crismal, en rmato de Word.


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